Por: Jairo Castro Neira
Cuando le pregunté al diccionario de la RAE por el significado de la palabra lúcido me dijo que es un adjetivo que significa que alguien es “claro en el razonamiento, en las expresiones, en el estilo”. Y recordé que Jaime Llano González, uno de los grandes amigos de José Morales, lo describe como “Pulcro, exageradamente recto, impecable, elegante, de buen gusto, de gran educación y cultura, que llevaba siempre en su brazo un paraguas.” Entonces pensé que José, quizá el socorrano más importante de la historia, era un hombre lúcido.
Su lucidez le permite descubrir que es en la fría Bogotá donde está el ambiente propicio para vivir como quiere: tener trabajo y amigos de su misma esfera vital, relacionarse con gente inteligente y culta para confrontar sus visiones de mundo, y vestir como un cachaco en un entorno social elegante y refinado.
Esto, seguro, no era lo más importante. Necesitaba regresar cada día al lugar que había elegido para estar totalmente sólo, a la habitación en la que podía recobrar sin distracciones el mundo que construyó en su memoria a partir de los recuerdos. El universo de su obra, el pueblito viejo de casas pequeñitas, de calles tranquilas, de noches calladas que se quedó por siempre en su ensoñación. Allí donde no hubiera más nadie. Para evocar el río, el calor, las cigarras, las muchachas, la montaña, el aroma de las flores.
Solo. Para que su sentimiento no necesitara palabras. Para que un ritmo, un compás, una melodía, le rindieran homenaje a sus amigos, a sus lugares, a sus amores. A Luz Alba, acaso una de sus grandes musas. A Marta, la presentida. A Marielena, la hija de su gran amigo, el otro grande, Jaime, y a Titiribí, su pueblo. Sin palabras. En el lenguaje de los genios.
Allí, donde pudiera rasgar el tiple y cantar al campesino de machete y alpargatas que araña la tierra para ganarse la vida. Amanecer recostado en un sillón recordando a Rosita, la chatica bonita con la que hubiera vivido en un rancho rodeao´e flores. Y, acaso, en una de esas malas noches que seguramente tuvo, luchar por olvidarla, por arrancarla del corazón.
Sólo. Con sus ángeles y sus demonios.