De los múltiples problemas de fondo que ha puesto de manifiesto la pandemia, hay uno que resulta particularmente cruel: los niños que asisten a las escuelas de los sectores rurales de nuestro país no tienen la posibilidad de formar parte de la virtualidad. La crisis ha puesto en evidencia la gravedad de la brecha digital.
Desde las instancias institucionales, llámese Ministerio de Educación, Ministerio de Salud, Gobernación, Secretaría de Educación y Alcaldía, se convoca a los estudiantes a retornar a clases bajo la modalidad de alternancia en medio de aforos limitados y protocolos. Pero la realidad en el departamento de Santander, y específicamente en nuestro querido Socorro, es que las sedes educativas no cuentan con la conectividad necesaria para tal fin y sus instalaciones locativas se encuentran en gran estado de abandono estatal, en cuanto a su infraestructura se refiere.
Es claro que no todos los niños cuentan con los medios tecnológicos, como lo da por sentado el Gobierno. El último censo nacional de 2018 mostró que el 52 por ciento de los hogares colombianos tenía internet y el 40 por ciento acceso a conexiones fijas. Según Iván Mantilla, Viceministro de Conectividad, la cobertura en las zonas rurales, es apenas de un 9.6 por ciento. La zozobra es considerable y lo único que se reciben son promesas en épocas electorales. Entonces, ¿para cuándo la inversión en educación?
El aprendizaje requiere un ambiente de trabajo digno. Dado que el mundo se transforma y las herramientas de trabajo cambian, es apenas justo que se pueda tener acceso a ellas. Hoy la educación está relegada a pesar de ser la base del desarrollo económico y social de un país. Esto es doloroso.
Como Fundación, nos conmueve que esta sea nuestra más inmediata realidad y nos aunamos a los constantes llamados que hacen los directivos educativos locales ante las instancias correspondientes para subsanar esta lamentable situación y podamos seguir sintiéndonos orgullosos de la ciudad estudiantil que históricamente hemos sido.
Nuestra patria chica ha sido cuna de personas ilustres que, en diversas áreas del saber, gracias a su formación, han hecho aportes significativos. Por ello, debemos ser partícipes del mundo que nos tocó vivir y asumir de manera comprometida este presente globalizado que estamos construyendo con las bondades que la tecnología nos aporta. De lo contrario, tendremos que cantar con José: “Y solo quedan las viejas ruinas de aquella escuela de Doña Inés”.